13.7.10

Democracia y participación*


Desde el acto fundacional del Estado moderno hasta la conservación de éste por medio de la fuerza del Derecho, la violencia y el Estado siempre han estado íntimamente ligados. En este sentido, la violencia de la democracia liberal, como la describiría Zizek, va más allá de el uso de la fuerza por parte de los aparatos coercitivos del Estado. Es probable que, cuando el momento represivo llega, la violencia ya se haya manifestado en otros espacios no estatales muchas veces más opresivos.

De esta manera, y para entender como la violencia se institucionaliza, deberíamos cuestionar no sólo la falta de participación en la toma de decisiones, sino la democracia liberal como proyecto político de la modernidad. Es decir, se vuelve urgente problematizar cómo, aún cuando la consigna es mayor participación, esa mayor participación excluirá siempre al otro que es objeto de dominación en espacios civiles.

En este sentido grupos que han sido convenientemente nombrados por el poder como minoritarios se encuentran desigualmente posicionados no sólo frente al poder del Estado sino también frente al de otros actores sociales. Las mujeres, la comunidad LGBTT, las comunidades de escasos recursos, los trabajadores y trabajadoras, por nombrar algunos, están insertos e insertas en violentos escenarios que viabilizan, a su vez, el ejercicio de la violencia por parte del Estado.

De esta manera, de poco sirve levantar como estandarte una mayor participación democrática si no se cuestionan -y problematizan- las estructuras que la truncan. Es decir, ¿cómo incluir dentro del proyecto político aquellos sujetos que han sido permanentemente excluidos de la modernidad? ¿De qué manera puede construirse un proyecto político basado en la inclusión que permita arreglos institucionales más justos y participativos? ¿Qué rol debe jugar el Estado en la consecución de estos fines?

Sin duda para alcanzar una mayor participación en la toma de decisiones es imprescindible abogar por la democratización de aquellos locus de poder que trascienden las estructuras estatales. Es inútil reclamar mayor participación de las mujeres en la cosa pública si no se exige primero la equidad entre los géneros. De la misma manera es absurdo exigirle a las comunidades mayor inserción en lo público si primero no se consiguen arreglos institucionales socialmente justos con nuevos patrones de distribución de la riqueza.

Frente a ese escenario no podemos perder de vista que las estructuras representativas del Estado han sido diseñadas para mantener es staus quo. La opción radical no puede ser una mayor inserción en estructuras que de por sí están basadas en la desigualdad de poder, el desafío político debe ser democratizar aquellos espacios no estatales para entonces lograr una participación inclusiva y por ende verdadera.

* Esta columna se publicó hoy en la edición impresa de El Nuevo Día, pág. 48

1 comentario:

  1. Recientemente leí un interesante artículo que en algo se vincula con lo aquí expuesto:

    http://www.truth-out.org/zygmunt-bauman-does-democracy-still-mean-anything-and-case-it-does-what-is-it66923

    Tengo un blog en el cual, a veces e ingenuamente, comento sobre la actualidad geopolítica e insular. También hay poesía y comentarios sobre el arte y la filosofía:

    http://pseudocuasipensamientos.blogspot.com/

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